No pude evitar la analogía con la promiscuidad cuando me dijo “porque yo no sé qué agujas han pasado por ese disco”, y claro, el vinilo cada vez que es escuchado se deteriora y no es lo mismo la fidelidad de sus surcos cuando tienes una aguja de alta calidad a cuando no, y en sus palabras no sólo se notaba la devoción por el formato sino que por sobre todo la devoción por el rito de escuchar un disco, la ceremonia de sacarlo de la funda, colocarlo en la tornamesa, escoger la aguja y prepararse a escuchar.
El lado oscuro de la revolución del MP3 es que pasamos a consumir música de la misma manera en la que se consume la llamada comida rápida, un par de clics y la canción que quieres ya está en tu reproductor, ni siquiera tienes que buscar el disco, y si no te gustó otro par de clics y ya tienes otra y otra y otra y otra…
El vinilo está de vuelta no tanto por la calidad del sonido (porque si ya tienes una tornamesa de seguro también tienes buenos parlantes) sino por el rito – sagrado para los melómanos – de prepararse a escuchar una obra musical compuesta y grabada para la posteridad y no para terminar de ringtone.
Publicado originalmente en LA OPINIÓN ON LINE.
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