Sunday, 20 November 2011

Peter Gabriel & The New Blood Orchestra
Santiago, miércoles 16 de nov 2011

por Gonzalo Cowley @talocowley

En una de las pocas interrupciones al concierto que duró más de 120 minutos, un fanático gritó desde la galería del Movistar Arena, “ídolo”, a lo que Peter Gabriel respondió con un solemne y profundo… “gracias”. Así fue su concierto. Un momento de solemnidad de principio a fin.

El británico demostró por qué en la Isla nacen virtuosos. La lista es larga y en esta ocasión hubo derroche de sobriedad, talento y carácter.

En cada momento estos tres elementos daban vueltas por el escenario. Nada estuvo de más, ni tampoco de menos. Mr. Gabriel no necesita subirse a las mesas para destacar, ni gritar desaforadamente para llamar la atención. Premunido de un torpedo escrito en castellano y previo a agradecer el favor de un público admirado, procedía a presentar cada una de sus canciones leyendo en el idioma de los asistentes al concierto. Un caballero.

Abrió su show con una composición que habla sobre la tortura y que refleja su compromiso con el respeto a los Derechos Humanos ya manifestado en el concierto de Amnistía Internacional en 1990, donde fue la primera vez que lo escuché en vivo cantando temas como Biko o Don´t Give Up, interpretado, en aquella oportunidad, junto a Sinead O´Connor. Esta vez, también rindió homenaje al sudafricano, recordó a Víctor Jara y a los jóvenes del mundo árabe por la labor que están haciendo a favor de la libertad. La interpretación fue sublime.

Esa sobriedad monumental que tiñó el ambiente del Movistar Arena y que dejó en total silencio a las diez mil personas que estábamos presentes, fue lograda por esa actitud que impuso desde un comienzo. Quizás, por un momento, todos pensamos que ocurriría algo similar a lo que había acontecido con Sting y la Sinfónica, una noche de éxitos. Aquí no fue igual. New Blood constituye un set de temas que inunda el ambiente, muchos de carácter experimental que te obligan a escuchar y a estar atento.

En un momento de elixir, en medio del concierto, llegué a pensar que esta obra de Peter Gabriel y la magistral interpretación de la Orquesta Sinfónica integrada por londinenses y nacionales y magistralmente dirigida, sería una obra que perduraría por décadas y de visita obligada. Al día siguiente, lo confirmo. Es un bálsamo para el alma y está construida en total armonía y con total propósito estético. Es musicalmente sólida, se interpreta con el carácter que el británico le impone al escenario y es conceptualmente potente.

Acudimos al testamento en vida de Mr. Gabriel y, a través de sus canciones y composiciones, nos internamos en medio de su biografía; en los recuerdos de su vida de granja cuando niño, en la belleza cándida de su homenaje a los cien años de vida de su padre prontos a cumplirse el próximo abril, a la influencia de África en sus textos y ritmos; a la importancia de la lucha del hombre por su libertad. Y escuchamos su casi infranqueable voz que aún, a sus años, logra elevar a las nubes agudas e inundar el espacio.

Cerró su concierto, luego de pasar por tres o cuatro éxitos, con una maravillosa interpretación instrumental de la Orquesta, denominada El Nido, momento culmine donde la extraordinaria puesta en escena audiovisual clausuraba su tarea a través de variadas pantallas donde el juego de formas, colores, abstracciones y conceptos –todos perfectamente diseñados– coparon cada segundo del Teatro y a cada uno de los asistentes.

He visto cientos de conciertos en mi vida. A virtuosos del Jazz y la música clásica, a Orquestas y Directores grandiosos, a músicos con una guitarra que logran despuntar emociones y a cantantes que te alegran el corazón y la vida con sus registros vocales, pero nunca había estado en un espectáculo tan completo, tan perfecto, tan inquietante y solemne.

Publicado originalmente en EL POST. Foto por Carlos Muller Flickr © creative commons

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